PREPARAN LA PRIMERA CUMBRE MUNDIAL PARA ERRADICAR LA VIOLENCIA CONTRA LOS CHICOS

Sociedad 15 de marzo de 2024 Por Prensa
En la Argentina, se estima que solo tres de cada diez hogares no utilizan métodos violentos de crianza, como los gritos y las agresiones físicas.
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La letra con sangre entra. Con mis hijos hago lo que quiero. Así me educaron, a correazo limpio. Éstas y otras ideas similares orientaban hasta no hace tanto la educación de los chicos. El castigo corporal era una tradición en gran parte del mundo. En escuelas británicas, por ejemplo, incluso en las de la alta burguesía, como Eton, fundada en 1440, era la norma. Y las familias consideraban “natural” recurrir a golpes con la mano e incluso con objetos, empujones, pellizcos, tirones de pelo o de las orejas para disciplinar a los chicos. 

Aunque hoy la mayoría de los padres manifiestan que no se deben emplear castigos físicos ni psicológicos, según la última encuesta de Unicef realizada en 2019 y 2020, el 59% de los hogares utiliza métodos de crianza violenta como agresiones verbales y castigo físico (el 52% agresión psicológica, el 35% agresión física y el 7% agresión física severa). Entre las infancias y adolescencias con discapacidad, la utilización de estos métodos de crianza violentos asciende al 72%. 

“Esto quiere decir que 6 de cada 10 chicas y chicos son criados con prácticas violentas, como gritos, humillaciones y castigos físicos –dice el informe–. El 35,4% de las niñas, niños y adolescentes de 1 a 14 años sufre violencia física naturalizada como método de crianza, un 6,6% víctima de violencia física severa”. La violencia psicológica es la más recurrente en casi el 52% de los de hasta 14 años. El grupo que más la padece (66%) tiene entre 5 y 9 años, y los de 3 a 4 son los que más sufren violencia física.  En cuanto a la violencia física severa, los que más la sufren son los de 5 a 14. (Fuente: “Encuesta nacional de niñas, niños y adolescentes”, Unicef Argentina). El 40% de las y los adolescentes consultados atravesaron su primer hecho violento entre los seis y los 13 años; siete de cada 10 habían sufrido maltrato por parte de personas de su círculo íntimo.

En el fascículo “Violencia Contra Niñas, Niños y Adolescentes: Un análisis de los datos del Programa las Víctimas contra las Violencias 2020-2021”, elaborado también por Unicef en conjunto con el Ministerio de Justicia, se consigna que entre octubre de 2020 y septiembre de 2021 fueron atendidas 3.219 niñas, niños o adolescentes víctimas de violencia sexual y 6.770 por violencia familiar.

Dado que la eliminación de toda forma de violencia contra los niños figura en las Metas de Desarrollo Sostenible 2030, están en marcha esfuerzos de muchos países, pero el avance es lento. Eso es lo que inspiró la primera Cumbre Mundial de Ministros para Atacar la Violencia contra los Niños, que están preparando el gobierno de Colombia, la Organización Mundial de la Salud, el gobierno sueco y la Unicef. “Esperamos que sea un impulso para compartir éxitos y acelerar la implementación de políticas”, dice Krug. 

La violencia contra los chicos y adolescentes se da en todos los niveles socioeconómicos, en los países ricos, los de ingresos medianos y los pobres, y tanto en familias pudientes como vulnerables. Afecta el desarrollo cognitivo, la autoestima y altera las relaciones interpersonales. Los casos extremos pueden dañar la salud física y psicológica, y causar o aumentar el riesgo de trastornos del aprendizaje tanto en lo inmediato como en etapas futuras de la vida.

La violencia simbólica o psicológica puede incluir desde abandono y negligencia, hasta desnutrición. “Muchos piensan que es positivo ejercer reprimendas que incluyan algún tipo de golpe para modificar las conductas de un niño –dice Naddeo–. Uno se encuentra con situaciones de orfandad afectiva que impresionan, porque ante la pregunta de si le festejan el cumpleaños al niño, en las encuestas de Unicef hay un porcentaje muy alto que contesta que no. En el Hospital Gutiérrez, la Casa Cuna, el Elizalde y en la Dirección de Niñez de la Ciudad, hay equipos especializados en violencia que están colapsados. Cuesta conseguir turnos para el diagnóstico y luego para los tratamientos, porque si con suerte se logra separar al violento del grupo familiar y proteger a las víctimas, después hay que procurar atención en salud mental tanto para la víctima directa, como para la madre o el familiar que acompaña a esa criatura”. 

Entre las secuelas que pueden dejar los comportamientos violentos está la baja autoestima, que se puede traducir en apartamiento, en marginalidad, en no integración a la vida social y también en la reproducción de respuestas violentas. “El trauma que deja la violencia en la infancia lo conocemos por la psicología clínica de adultos que logran reconstruir lo que les pasa, lo que les duele, y se reconcilian un poco con la vida a partir de la terapia –afirma Naddeo–. Pero para eso hay que tener equipos terapéuticos muy entrenados. Necesitamos ampliar los consultorios externos de salud mental infantil y adolescente en todos los hospitales, en los centros de salud, apoyar a las organizaciones de la sociedad civil que brindan este servicio. Es una política pública que está estancada hace tiempo y hay que ampliarla”. 

En los últimos años se trabajó para tener un solo número telefónico para denuncias de maltrato o violencia contra los chicos, la línea 102, un servicio gratuito y confidencial de atención especializada en los derechos de niñas, niños y adolescentes. Cubre todo el país, pero cada provincia atiende en su territorio y establece las derivaciones. La estadística nacional de consultas estaba en manos de la Secretaría Nacional de Niñez y Adolescencia, de destino incierto ahora que pasó al área del Ministerio de Capital Humano. 

 

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