MURIÓ EL GENOCIDA MIGUEL ETCHECOLATZ

Nacionales 02 de julio de 2022 Por Rouse Leonor
No conoció el remordimiento, por el contrario hizo del regocijo el emblema de su cruzada asesina. Cumplía sus condenas en una cárcel común, repudiado incluso por su familia.
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Entre 1976 y 1979 estuvo al frente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía Bonaerense. Bajo su órbita funcionaron no menos de 20 centros clandestinos de detención y otras tantas maternidades clandestinas.

No conoció el remordimiento, por el contrario hizo del regocijo el emblema de su cruzada asesina. “¿Por haber matado? Fui ejecutor de una ley hecha por los hombres. Fui guardador de preceptos divinos”, decía el excomisario general Miguel Osvaldo Etchecolatz en los tiempos en que gozaba de impunidad. “Por ambos fundamentos, volvería a hacerlo”, prometía el genocida que murió en la madrugada de este sábado a los 93 años mientras cumplía sus condenas en una cárcel común y repudiado incluso por quienes fueron su familia.

El represor –nacido el 1 de mayo de 1929– estaba alojado en la Unidad 34 de Campo de Mayo desde casi el comienzo de la pandemia. En las últimas semanas, había sido trasladado a la clínica Estrada de la localidad de Merlo e internado en terapia intensiva. El 27 de junio pasado, lo trasladaron al Sanatorio Sarmiento para colocarle un marcapasos, relataron fuentes judiciales. Había recibido un fallo favorable en la Cámara de Casación para volver a su casa, pero no llegó a materializarse.

 
Entre 1976 y 1979, Etchecolatz estuvo al frente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía Bonaerense, la fuerza que comandaba con mano ensangrentada Ramón Camps. Bajo su órbita funcionaron no menos de 20 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio y otras tantas maternidades clandestinas, donde las mujeres que estaban secuestradas parían y les eran arrebatados sus hijos o hijas. Etchecolatz fue un firme seguidor de Camps, tanto que, por esos años, recibió varias veces el reconocimiento San Miguel Arcángel con el que la Bonaerense premiaba a sus mejores hombres –que, para entonces, eran quienes mostraban más arrojo a la hora de empuñar la picana–.

En 1979, pidió la baja después de más de tres décadas en la Bonaerense, a la que había ingresado en 1947. Durante unos años le proveyó seguridad a Bunge & Born. En abril de 1986, la justicia tocó a su puerta. Lo detuvieron por orden de la Cámara Federal, que lo terminaría condenando a 23 años de prisión por los crímenes cometidos en la órbita del llamado Circuito Camps en lo que se conoció como la causa 44. Desde la prisión fue uno de los que atizó el alzamiento de Semana Santa. Terminó beneficiado por la propia Corte Suprema y volvió, al tiempo, a la seguridad privada. Así, conoció a su actual esposa, Graciela Carballo.

Durante los años de impunidad, lo persiguieron los escraches que él repelía con amenazas sin ningún miramiento. Cuando unos pibes atinaron a tirarle unos huevos mientras paseaba a su pastor inglés, Etchecolatz no dudó y desenfundó un arma –que después la justicia le creería que era de juguete–. No era sorprendente para quienes lo vieron dando rienda a su violencia en los campos de concentración. Lo escuchó Alfredo Bravo durante la tortura diciéndole “maestro, escupa todo y no trague nada”. En 1997, en un careo entre ambos en el programa Hora clave que conducía Mariano Grondona, el genocida comparó la tortura con un tratamiento para callos plantares.

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