UNA MAESTRA PROPUSO CAMBIAR NAVAJAS POR LAPICERAS

Nacionales 01 de octubre de 2021 Por Agostina Morales
Silvana Corso de Fuerte Apache, fue finalista en el máximo premio internacional en Educación por un proyecto de aulas inclusivas. Lleva adelanto su misión y su vocación en la Escuela Rumania, donde asisten chicos en situación de vulnerabilidad.
docente cambia navajas por lapiceras

La Educación en la Argentina está plagada de historias extraordinarias. Silvana Corso es la protagonista de una de esas tantas historias. La docente, que fue finalista en 2016 del Global Teacher Prize, algo así como el Nobel de la Educación, ha trabado en un proyecto de aulas inclusivas, desde la ya emblemática Escuela Rumania, ubicada frente al barrio Ejército de los Andes, más conocido como Fuerte Apache, donde viven buena parte de sus alumnos.

“La Rumania tiene 31 años, los cumplimos en Abril. Yo hace 28 años que trabajo acá y digo siempre que me crie en la escuela como profe”, dice, apenas sale de la dirección y se dispone a recorrer con nosotros el lugar.

La vida de Silvana está signada por dos marcas que, con profundas cicatrices, definieron su vocación y su pasión por enseñar a chicos que vienen de entornos vulnerables. La primera de ellas se manifestó en el principio de su trayectoria educativa. “Cuando era chica yo tenía dificultades en la escuela primaria y me costaba muchísimo aprender, de hecho les dijeron a mis papás que no tenía mucho futuro para la escuela secundaria. Era una época donde no era obligatoria, -recuerda-. Ahí pensé: ‘Bueno, ¿qué pasa con los chicos como yo? Los chicos a los que no los miran y que tienen otras cuestiones. Mi mamá no sabía leer y escribir y sabemos bien que los procesos en educación empiezan en la escuela y terminan en casa’”.

Fue así que, como un acto de revancha transformadora, decidió seguir la carrera docente. Se recibió de profesora de historia y comenzó a trabajar en escuelas privadas hasta que, hace casi tres décadas, llegó a la Rumania. “Cuando yo llegué a esta escuela, venía de otra realidad, de trabajar en escuelas privadas a las que amaba, pero era otra realidad. Algunos llegan a la escuela sin comer, entonces primero había que buscar eso, y entender que ahí no hay un proyecto pedagógico pero hay un enganche. Yo llegué y había alumnas con bebés. Hoy tenemos una salita, pero a mi me voló la cabeza entrar a un aula y encontrar un bebé”.

La segunda marca en la vida de Silvana vino con la llegada a la familia de Catalina, su hija menor. “Cata nació con una parálisis cerebral y ella me involucra en este mundo que lo único que hace es ampliar mi horizonte. En medio de la gripe A, y con todo ese contexto, Catalina fallece en junio de 2009 y me deja un vacío. Es un vacío de hija que no va a reemplazar nadie. Atravesé mi duelo y después de que pasé la crisis inicial de no poder salir, llegué a pesar 100 kilos. Cuando pude salir, me di cuenta de que había muchas posibilidades, en la misma escuela donde yo trabajaba, de hacer algo con todo ese legado”, dice y cuenta que hoy, en la escuela que tiene a su cargo, se integran en las aulas chicos a chicos con diversas discapacidades.

En plena reconstrucción, y después de lo irreparable, Silvana encontró en la Rumania un motivo suficiente para levantarse cada mañana. Silvana usa siempre una metáfora: “Acá cambiamos navaja por lapicera”. Metafórica y literalmente, afirma. “La metáfora es devolverles la lapicera para escribir su destino. No están obligados a reproducir historias de vida. Ellos son dueños de su destino y tienen la oportunidad de hacer lo que quieran con su vida. Darles esa oportunidad”.

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