Rusia busca sostener su poder sobre Siria tras la caída de Al Assad: qué pasará con sus dos bases militares
La caída de Bashar Al Assad asestó un durísimo golpe político, militar y económico a la Rusia de Vladimir Putin. El Kremlin perdió el control sobre Siria tras la huida del gobernante alawita y el futuro de sus dos bases militares en ese país es hoy una incógnita.
Moscú no se da por vencido, a pesar de que prioriza su frente bélico en Ucrania y su guerra indirecta con la OTAN. Si bien es consciente de que su influencia en Medio Oriente se redujo en forma considerable con el fin de la dinastía Assad y el golpeado poderío de Irán, ya comenzó un lento proceso de acercamiento con los rebeldes islámicos que tomaron el poder en Damasco.
Una delegación rusa mantuvo los primeros contactos con representantes del grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), que lidera la coalición de facciones islamistas que derrocaron a Assad. “Hemos establecido contacto con el comité político que trabaja en uno de los hoteles de Damasco”, dijo el vicecanciller, Mijaíl Bogdánov.
Qué puede pasar con las bases rusas en Siria
La preocupación rusa tiene que ver específicamente con la seguridad de sus diplomáticos, pero en especial sobre las garantías de sus emplazamientos militares, las bases de Tartus (naval) y de Jmeimim (aérea).
La base naval de Tartus es esencial para Moscú, ya que proporciona a Rusia su único acceso directo al mar Mediterráneo. Allí realiza maniobras navales y estaciona sus buques de guerra y submarinos nucleares. Algunos blogueros militares, citados por Euronews, dijeron que los buques dejaron el puerto y están anclados a 8 km de la costa.
Ambas se encuentran en la provincia de Latakia, tomada en su totalidad por los insurgentes islámicos. Bogdánov intentó amedrentar a los nuevos dueños de poder en Siria con un mensaje contundente. “Las bases se quedan ahí donde están, en territorio sirio. No se ha tomado ninguna otra decisión. Estaban allí a petición de las autoridades sirias. Su objetivo es la lucha contra los terroristas, contra el Estado Islámico”, aseguró.
En ese juego de amenazas y diplomacia, el Kremlin se ha abstenido de tildar de “terroristas” a las facciones sirias islámicas. De hecho, el jefe de Hayat Tahrir al Sham, Abu Mahammed al Golani, fue el representante del Estado Islámico primero y Al Qaeda después en territorio sirio durante muchos años. Aún hoy Estados Unidos lo considera un terrorista, a pesar de su discurso de apertura y respeto a las minorías y el pluralismo.
La eventual pérdida de las bases militares significaría un golpe durísimo para el poder de fuego del Kremlin. El Institute for the Study of the War (ISW) advirtió que si Moscú pierde ambos emplazamientos “probablemente interrumpirá la logística rusa, los esfuerzos de reabastecimiento y las rotaciones del Cuerno de África, debilitando particularmente las operaciones y la proyección de poder de Rusia en Libia y el África subsahariana”, donde tiene enorme influencia a través de sus grupos paramilitares, verdaderos ejércitos privados que tuvieron un gran poder de fuego en Ucrania.
La alternativa sería crear un hub militar en Argelia.
Por qué Rusia dejó caer a Bashar Al Assad
Ruslan Suleymanov, investigador no residente del Instituto para el Desarrollo y la Diplomacia, con sede en Azerbaiyán, dijo que “esta puede ser la derrota más grave de Putin en política exterior en los últimos tiempos”.
La caída de Assad fue sorpresiva. En pocas semanas, los rebeldes, respaldados por Turquía, el nuevo actor regional de peso en Siria, tomaron Alepo, Hama y finalmente Damasco. Assad huyó a Moscú y recibió refugio de Putin.
Oleg Ignatov, analista para Rusia del Crisis Group, una ONG especializada en la resolución de conflictos, dijo a TN que “Moscú no tenía los recursos en Siria para apoyar al régimen”.
“La presencia militar de Rusia en Siria después de 2022 se estaba reduciendo. Según algunos informes, es posible que los rusos hayan reducido sus fuerzas varias veces. Rusia no tenía reservas ni capacidades logísticas para apoyar al régimen. Contaba con el ejército sirio para luchar y defenderse, pero este simplemente se dispersó. El régimen cayó prácticamente sin resistencia”, apuntó.
Para el analista, “Rusia no estaba preparada para esto, ni tampoco para el ritmo de los acontecimientos. En cuanto a las pérdidas, en primer lugar, se trata de un duro golpe para la posición de Rusia en Oriente Medio. El papel de Rusia en la región y sus capacidades diplomáticas obviamente se reducirán. Muchos actores de la región exigieron el diálogo con Moscú. Obviamente, este no es el caso ahora”.
“En segundo lugar, el proyecto ruso de estabilizar regímenes autoritarios que enfrentaron intentos de derrocarlos se ha derrumbado. Será más difícil para Moscú vender sus servicios como proveedor de seguridad alternativo para tales regímenes”, opinó.
El caos, la última apuesta del Kremlin
Una apuesta que se guarda bajo la manga el Kremlin es el caos. Hay decenas de grupos armados rebeles en pugna en Siria, muchos de ellos enemigos o con intereses enfrentados. La heterogénea coalición rebelde que tomó el poder es un ejemplo de ello.
Rusia cree que si fracasa la negociación diplomática, las luchas internas volverán ingobernable el país y le permitirán mantener su posición estratégica en la zona, según dijeron funcionarios rusos a The Moscow Times.
De hecho, Rusia mantiene vínculos con algunas de las facciones en pugna. Allí el gobierno de Putin tiene algunas cartas para jugar en un terreno muy complejo, donde convergen intereses religiosos, nacionalistas y militares. Además, el Kremlin mantiene un aceitado diálogo con Turquía, devenido en el principal agente externo en el nuevo mapa de la insurgencia islámica siria.