EN TRES DÉCADAS AUMENTÓ CASI UN 60% LA DIABETES TIPO 2 EN ADOLESCENTES Y JÓVENES

Salud y Bienestar 12 de enero de 2023 Por Betina Almada
El inicio temprano de este desorden implica peor calidad de vida, aumento de mortalidad por sus complicaciones y un alto impacto en los gastos en salud.
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Hasta la década del 90, los médicos aprendían que la diabetes tipo II (que en general se presenta en la edad adulta) directamente no se daba en los chicos. Tal fue la experiencia de Gabriela Krochik, actual jefa del equipo interdisciplinario de diabetes del Hospital Garrahan. “Cuando entré al hospital, mi jefa, mi maestra, me sentó y me dijo: ‘Acá, todo lo que vemos es diabetes tipo I’. La diabetes tipo II no existe en pediatría. Pero justamente por esos años  empezamos a ver que sí, que si la buscábamos estaba. Y eso coincidió con el inicio de la epidemia de obesidad en todo el mundo, que también se dio en nuestro país”, recuerda.

Treinta años más tarde, un estudio de investigadores chinos que acaba de publicar The British Medical Journal analiza la evolución de la diabetes tipo II en la población adolescente y joven de 204 países, y llega a la conclusión de que desde entonces hasta 2019 su prevalencia aumentó un 56,4%. Pasó de tener una incidencia [nuevos casos por año] de 117 por cada 100.000 habitantes, a 183. Como anticipó en 2010 Pierre Lefebvre, director de la Fundación Mundial para la Diabetes, durante una cumbre para América latina que se realizó en San Salvador de Bahía, Brasil: “La diabetes es un tsunami y la ola todavía no llegó a lo más alto”.

El inicio precoz de la enfermedad (el estudio se realizó en personas de entre 15 y 39 años) no solo acelera las complicaciones, sino que las prolonga, da lugar a versiones más graves y multiplica los gastos en salud de Estados y particulares. Un peso adicional en la mochila de la salud pública y en el presupuesto familiar.

El trabajo no hace más que confirmar lo que observan especialistas locales. “En la Argentina no tenemos cifras oficiales –destaca Krochik–. La diabetes no es de notificación obligatoria. Es algo que venimos pidiendo los pediatras, pero que es complicado porque en nuestro sistema de salud cada provincia y cada distrito organiza sus datos en forma independiente, y no hay un registro nacional. Aunque aquí la más prevalente en los niños, incluyendo los adolescentes, es la diabetes tipo I (de origen autoinmune, para la que se necesita suplementar la insulina), la tipo II está aumentando. Lo vimos venir, sabíamos cuáles eran los factores de riesgo, que son los que describe el artículo (obesidad, pobreza, estrés, contaminación…) Los conocíamos. Eso nos está diciendo que, desde el punto de vista de la prevención, venimos fracasando”.

Ya en 2019, en la Reunión Anual de la Asociación Europea de Diabetes, investigadores de la Universidad de Bristol presentaron un trabajo en el que documentaban la detección de signos tempranos de esta patología (caracterizada por niveles altos de glucosa en sangre debido principalmente a la imposibilidad de las células de utilizar la insulina) en chicos de hasta ocho años. En el país, un estudio realizado en los tres hospitales pediátricos de la ciudad, el Elizalde, el Gutiérrez y el Garrahan mostró que en chicos obesos sin síntomas, entre el 1 y el 2% la padecían.

 “Otro aspecto fundamental es el tema económico –subraya Litwak–: es más barato alimentarse con comida chatarra que ir al supermercado, elegir más verduras y frutas, y menos comidas de origen animal con alto contenido de grasa. No es que no haya que comer proteínas, hay que hacerlo, pero eligiéndolas un poco, y eso aumenta mucho el precio. De manera que lo económico en nuestro país tiene más impacto que lo educativo”.

La última encuesta nacional de factores de riesgo arrojó que casi el 14% de los mayores de 18 años tienen diabetes. Y los altos niveles de azúcar en sangre generan complicaciones que condicionan una mala calidad de vida, con mayor riesgo de problemas cardiovasculares, ACV, trastornos en miembros inferiores y precoz deterioro renal.

“Esas personas viven muchos años con las consecuencias de las comorbilidades; es decir, las enfermedades que produce un cuadro de diabetes mal controlado –advierte Litwak–. Para hacerse una idea, el 30% de los que tienen diabetes en la Argentina lo ignoran, porque al principio no da síntomas. Y solo el 50 o 55% está recibiendo el tratamiento adecuado. Eso impacta en la calidad de vida del paciente, que vive muchos años enfermo, con complicaciones, pero además tiene consecuencias económicas, porque son personas que reciben jubilaciones muy tempranas y no pueden acceder a trabajos adecuados. Por eso, para mí, la diabetes es la enfermedad crónica no transmisible más importante en el mundo; está produciendo estragos. El impacto en el PBI de la Argentina no lo conozco, pero en los Estados Unidos es altísimo”.

Para Krochik, un gran desafío que plantea la diabetes tipo II es que en etapas tempranas es muy sigilosa, y por eso “siempre se llega tarde”.

“Algo muy importante que destaca este trabajo es que el grupo de adolescentes y jóvenes con diabetes tipo II hace más complicaciones y más rápido –explica–. Esto es central, porque un diagnóstico temprano las evitaría. Desde el punto de vista pediátrico, no es una práctica nueva medir la glucemia, está estipulado y debe ser una práctica habitual en las normas de tratamiento cuando los chicos tienen obesidad mórbida o no tan grave, pero con antecedentes familiares de lo que llamamos síndrome metabólico [obesidad abdominal, alto nivel de triglicéridos, hipercolesterolemia, hipertensión e hiperglucemia]. El hecho central del origen de la diabetes, la resistencia a la insulina, puede darse con o sin obesidad. Entonces, a veces en una familia encontramos un chico obeso con alguno de los padres no tanto, pero sí hipertenso, por ejemplo, o con hipercolesterolemia. Todo eso se asocia con insulinorresistencia. Pero lo que hay que prevenir es el antecedente más importante, que es la obesidad. Esto requiere que tomemos conciencia de que es una patología cada vez más prevalente y que la consulta pediátrica deberá abordar con más profundidad los factores ambientales, y conductas como el sedentarismo o los hábitos alimentarios”.

 

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